I
Lo primero es mejorar la salud. Para ello
hay que respirar con la mayor frecuencia posible,
honda y rítmica, llenando bien los
pulmones, al aire
libre o asomado a una ventana. Beber
diariamente en pequeños
sorbos, dos litros
de agua, comer muchas frutas,
masticar los alimentos del modo más perfecto posible, evitar el alcohol, el tabaco y las medicinas, a menos
que estuvieras por alguna causa grave sometido a un tratamiento. Bañarte diariamente, es un habito
que debes a tu propia dignidad.
II
Desterrar absolutamente de tu ánimo, por más
motivos que existan, toda idea de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza,
venganza y pobreza. Huir
como de la
peste de toda
ocasión de tratar a personas
maldicientes, viciosas, ruines, murmuradoras, indolentes, chismosas, vanidosas o vulgares e inferiores por
natural bajeza de entendimiento
o por tópicos sensualistas que forman
la base de sus discursos u
ocupaciones. La observancia de esta regla es de importancia
decisiva: se trata
de cambiar la espiritual contextura de tu alma. Es
el único medio de cambiar tu destino, pues este depende
de nuestros actos y pensamientos. El azar no existe.
III
Haz todo el bien posible. Auxilia a todo
desgraciado siempre que puedas, pero jamás tengas debilidades por ninguna persona.
Debes cuidar tus
propias energías y
huir de todo sentimentalismo.
IV
Hay que olvidar toda ofensa, mas aún: esfuérzate
por pensar bien del mayor enemigo. Tu
alma es un
templo que no debe ser jamás
profanado por el odio. Todos los grandes seres se han dejado guiar por esa
suave voz interior, pero no te hablará así
de pronto, tienes que prepararte por un tiempo;
destruir las superpuestas capas de viejos hábitos, pensamientos y errores que
pesan sobre tu espíritu, que es divino y perfecto en sí, pero impotente por lo
imperfecto del vehículo que le ofreces hoy para manifestarse, la carne flaca.
V
Debes recogerte todos los días en donde nadie
pueda turbarte, siquiera por media hora, sentarte lo más cómodamente posible
con los ojos medio entornados y no pensar en nada. Esto fortifica
enérgicamente el cerebro y el
Espíritu y te pondrá en contacto con
las buenas influencias. En este estado de recogimiento
y silencio, suelen ocurrírsenos a veces
luminosas ideas, susceptibles de cambiar toda
una existencia. Con el tiempo todos los problemas que se
presentan serán resueltos victoriosamente
por una voz
interior que te
guiará en tales instantes de
silencio, a solas con tu conciencia. Ese es el daimon de que habla Sócrates.
VI
Debes guardar absoluto silencio de todos tus
asuntos personales. Abstenerse, como si hubieras hecho juramento solemne, de
referir a los demás, aún de tus más íntimos todo cuanto pienses, oigas, sepas,
aprendas, sospeches o descubras. por un largo tiempo al menos debes ser como
casa tapiada o jardín sellado. Es regla de suma importancia.
VII
Jamás temas a los hombres ni te inspire
sobresalto el día de mañana. Ten tu alma fuerte y limpia y todo te saldrá bien.
Jamás te creas solo ni débil, porque
hay detrás de tí ejércitos poderosos, que no concibes
ni en sueños. Si elevas tu espíritu
no habrá mal que pueda tocarte. El único enemigo a
quien debes temer es a ti
mismo. El miedo y desconfianza
en el futuro son madres funestas de todos
los fracasos, atraen las malas influencias y con ellas el
desastre. Si estudias atentamente a
las personas de buena suerte, veras que intuitivamente, observan
gran parte de las reglas que anteceden. Muchas de las que allegan gran riqueza, muy cierto es que no
son del todo buenas personas, en el
sentido recto, pero poseen muchas virtudes que arriba se mencionan. Por
otra parte, la riqueza no es sinónimo de dicha; Puede ser
uno de los factores que a ella conduce,
por el poder que nos da para ejercer grandes y nobles obras; pero la dicha
más duradera solo
se consigue por otros caminos;
allí donde nunca impera el antiguo
Satán de la leyenda, cuyo verdadero nombre es el
egoísmo. Jamás te quejes de nada,
domina tus sentidos; huye tanto de la humildad como de la vanidad. La humildad te sustraerá fuerzas y
la vanidad es tan nociva, que es como si dijéramos: pecado mortal contra el
Espíritu Santo.
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